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La OIT estima que actualmente hay en el mundo, entre niños y niñas, 218 millones de niños que trabajan. Trabajan porque a ello les obliga la pobreza de sus familias, porque no hay bastantes escuelas o suficientemente baratas, y también porque las normas sociales toleran esta situación. Además, el trabajo infantil se perpetúa no sólo porque los niños constituyen una mano de obra, sino también porque hay explotaciones agrícolas y ganaderas, fábricas, negocios y hogares que generan la demanda de esa mano de obra infantil. Para poder erradicar el trabajo infantil en todo el mundo es indispensable poner empeño en paliar, de manera simultánea, este complejo entramado de factores creado por la oferta y la demanda.
En la lucha mundial contra el trabajo infantil, los empleadores pueden desempeñar y de hecho desempeñan un papel fundamental en varios planos. En el lugar de trabajo, pueden negarse a contratar a niños o, si ya se trata de una práctica establecida, pueden liberarles de manera responsable. Respecto a los adolescentes, pueden reducir su exposición a los riesgos en el lugar de trabajo. En el plano político, los empleadores y sus organizaciones pueden presionar a favor de unos sistemas de educación y formación eficaces, además de contribuir a sensibilizar a la opinión pública y a modificar las actitudes ante el trabajo infantil.
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